Museo Etnográfico (Paracuellos de la Vega, Cuenca) – Luis Martínez Lorente

« DOCE EN PARACUELLOS »

IMPRESIONANTE  EXPOSICIÓN COLECTIVA EN LA CÁMARA DE LA CASA CURATO

 

Abrir una exposición en Paracuellos es un difícil empeño. La dificultad se atenúa cuando se descubre el sitio: un pueblo bien cuidado, situado en la cima de un collado, con una traza diáfana: tres calles paralelas, tres plazas, una iglesia monumental con la huella de Aldehuela y un castillo sobre el Guadazaón que no se lleva muy bien con las recientes intervenciones. La casa curato, que tiene toda  la nobleza de las buenas construcciones del XVIII, se ha convertido en centro social y el acierto es que la cámara la han acondicionado provisionalmente como sala de exposiciones, y se pretende que sea posteriormente museo etnográfico.

La cámara fue siempre el espacio de los sueños, donde se podía recrear una vida anterior con todos los útiles que se habían ido abandonando. En este amplio cobijo es donde Pilar Conesa, más otros once, ha querido instalar esta colectiva, buscando el contraste fuerte entre el color, y el maderamen y la piedra vista. El resultado de esta instalación, en este lugar, de los “Doce en Paracuellos” es para verlo.

Nos sale al paso Mercedes Mestas con una tela potente de colores desvaídos sobre fondos muy intensos. La magia viene de la mano de Francheska con sus pequeños escenarios, o teatros de marionetas inmóviles, que nos remiten a un mundo de inocencia anterior a las perversiones de Balthus. El Manchas anda entre el comic y el  pop; con un recio sabor americano; siempre quedará en el muro la belleza de un ojo que nos recupere de un mundo confuso. Pilar Conesa nos introduce en su obra gráfica con un sugerente positivo-negativo y esas personales parcelas pequeñas de color donde consigue con acierto conjugar lo que es diverso. La incursión de Pilar Ortega en el expresionismo abstracto es la sorpresa: se puede jugar con la mancha y dotarla, al mismo tiempo, de distinción. Lo de Adrián Moya es una depuración de formas con las que cuenta historias casi caligráficas, tras un aparente desaliño. Mick Harris nos lleva a un mundo onírico, no lejos de las brumas de Turner. Los fragmentos de la vida y el acontecer de las cosas se superponen en collages de Carlos Codes como arrancados del muro. Andreas L. Meyer está llegando a una plena serenidad; en el gran formato la claridad se expande con una fuerza que no la da solamente la riqueza del color. Se puede contemplar el curso del río sin preguntarse de donde viene y a donde va, solo viendo el discurrir del agua; eso seria la obra de Rafa Miranzos, una sucesión sin preguntas. Con un mundo oriental bien interiorizado, presenta Tomás Bux sus “buxtijos”. Si el autor de “Las Mil y Una Noches” hubiera conocido a Bux, habría cambiado los enigmáticos samovares por estos inclasificables “buxtijos”, estas joyas cerámicas. Fernando Buenache, como siempre, está muy ocupado en prepara el ajuar y el mobiliario para un posible retorno al neolítico.

Para inaugurar esta exposición en un espacio de sueños se ha buscado una fecha mágica. Son doce los artistas y es el doce de agosto, en el octavo mes. Completa el juego numérico que la exposición se inauguró a las ocho de la tarde.

Estas iniciativas prestigian a cualquier ayuntamiento y enriquecen la vida de aquellos pueblos que quieren potenciar todo su encanto.

Luis Martínez Lorente