EL FARO DE ALEJANDRIA
Cuando Jacques Derrida publica en 1.967 «La voz y el fenómeno» utiliza por vez primera los términos «Desconstrucción» y «Diferencia» en el sentido de desestructuración del formalismo y el intuicionismo típicos de las teorías del significado, dominantes desde antes de Platón hasta más acá de Wittgenstein. «Crear la mayor inseguridad con la mayor seguridad» sería la simplificación que animara estos movimientos que incluiría, además, un tono irónico ante el sentido apocalíptico de tánto discurso escatológico como nos invade. Estamos,pues, ante una apelación a la lucidez responsable en medio de una turbulencia historica que afecta a todas las categorías de nuestras tradiciones europeas, de las filosóficas a las artísticas. La cita portaría asi una dosis no mortal de veneno destinada al entorno académico dominante, de por sí muy alérgico a todo este tipo de movimientos Ilamemosles ‘marginales’. Estamos tratando los conceptos de Identidad, Oposición y Totalidad, así como el problema profundo de la relación entre ‘presencia’ y ‘representación, entre lo originario y la repetición, intentando producir, seguramente, la inseguridad abriéndola a su ‘afuera, lo que no puede hacerse mas que desde un cierto ‘adentro’. Así la energía crítica de la Desconstrucción determina un preciso desprestigio de la belleza idealista y denuncia implacablemente tanto la cursilería de los escritores que » quieren escribir bien» como de los pintores que, irrisoriamente, quieren pintar bien (quizá sea útil puntualizar que en el mismo estilo de Derrida no deja de percibirse una cierta resistencia al llamado «goce estético»). El programa, pues, de la Desconstrucción habría que situarlo como una tentativa de salir a un ‘cierto afuera’ (desconocido) a partir de un «cierto adentro» (conocido hasta cierto punto). Ese ‘adentro’ estaría constituído por el sistema de distinciones esenciales, el sentido del Ser, la Metafísica en suma, en oposición al ‘afuera’, cuyos esquemas serían ‘materia/forma, ‘empírico/ideal’, ‘sensible/inteligible, ‘esencia/accidente, ‘símbolo/alegoría, o bien ‘representación/presencia, siendo, en todo caso, el cierre que cierra ‘lo interior’ adentro y expulsa ‘lo exterior’ afuera..
La Desconstrucción así entendida no es que invíte a una gratuita confusión o caoticidad, sino que implica una diferenciación estratégica y situada entre lo Mismo y lo Otro, inscrita en el contexto de un combate frente a la seguridad clásica y a las tentativas violentas de restaurar las certezas perdidas. Parte importante del gesto anticlásico de los pensamientos de la Diferencia sería la nueva sensibilidad ante lo singular y el acontecimiento, un deseo de idioma, de voz propia, de rúbrica intransferible, «algo patente en el aire de la época», como bien señala Gilles Deleuze y corroboran Barthes, Lacan, Levi Strauss y el mismo Foucault, todos ellos innovadores en el pensamiento y la palabra de este siglo que expira, así como los expresionistas alemanes y suizos lo fueron en la pintura. Y todo ello sin olvidar, repito, que en la base histórica y problemático-conceptual de la Desconstrucción y el Pensamiento de la Diferencia subyacen el dionisismo de Nietzsche, el sí a la pluralidad de fuerzas vitales, la sobriedad analítica del psicoanálisis freudiano, la apertura metódica a una ambivalencia estructural del psiquismo (eros y destrucción, deseo de vida y deseo de muerte, yo y ello, consciencia e inconsciente,etc.).
Resulta cuasi paradójico comprobar cómo en la pintura del artista suizo ANDREAS MEYER ( Zurich,1.944) aparece un patente paralelismo con lo anteriormente expuesto. Su amplia cultura y formación, sus viajes (siempre de aprendizaje y observación), sus contactos continuamente renovados desde los años sesenta con la pintura, la literatura, el cine, la música y la filosofia europeas, y la constante inquietud inabarcable de quien «nunca está seguro de nada», han aproximado su quehacer pictórico a un cierto desconstructivismo (en franca oposición, en éste caso, al constructivismo formal de un Mondrian o un El Lissitzky) a partir de líneas y trazos en fuga hacia el exterior, cual sí surgieran de un núcleo central o nife que, en su violenta explosión interior cubriera de ráfagas multicolores la extensión del lienzo que habitan.
Meyer comenzó su formación con los pintores Werner Urfer y Benito Steiner y en la escuela zuriquesa de «Gestaltung», dirigida por Johannes Itten, que aún mantenía en sus enseñanzas el renovado espíritu de la Bauhaus, cuya esencia de libertad le aportó, sin duda, alas. En los años setenta y ochenta partícípa activamente en la escena artística suiza colaborando en muestras colectivas, coloquios y conferencias. En 1.987 expone en la galería Schoneck, de Thalwil (Suiza) junto a Friedrich Kuhn, uno de los artistas europeos que más aporta al contínuo deseo de liberar su propia pintura. «Las cosas existen por que las vemos, y qué vemos y cómo lo vemos depende del tipo de arte que nos ha influído», indicaba Oscar Wilde. Quizá sea más o menos evidente que por el actual expresionismo abstracto que Andreas Meyer practíca hayan pasado Kirkeby o Fed–erle, pero la trayectoria vital de un artista es imparable (mientras las fuerzas le asistan), como inagotables los paisajes de la mente son. Más de diez años de estancia en España, con exposiciones y obra repartidas por medio país, tambien han hecho de su isla-taller de Arcos de la Cantera (Cuenca) un foco de proyección al exterior, que cerrará el siglo, amén de con esta Muestra conquense de Carmelitas, en el Kulturcentrum Adliswil de Zurich en Suiza. Creo, personal y críticamente, apreciar y considerar en su justa medida la evolución, la situación y el ‘punto’ de Andreas Meyer, ya que de un artista que vive y se desarrolla en la duda contínua y en la inquietud permanente se puede siempre esperar cualquier cosa «más allá» habitando la Pintura.
JESUS ANTONIO ROJAS. 2.99